Una vez más, van a intentar hacer algo que hemos visto muchas veces en el cine, la televisión o leído: ¿cómo se puede parar un asteroide en rumbo de impacto con la Tierra? La NASA va a intentarlo de nuevo con la sonda OSIRIS-REx lanzada para que estudie el asteroide Bannu, que está en rumbo hacia nosotros.

No es seguro que pueda chocar con la Tierra, pero sí que supone una amenaza más que considerable. Todos los días chocan contra la atmósfera terrestre un gran número de partículas de polvo, pequeñas rocas y algunas del tamaño de un coche. La mayoría son reducidas a polvo por la profunda atmósfera de la Tierra, pero otras de esas rocas pasan de asteroide a meteoro (es decir, cuando ya caen sobre la superficie) e impactan. Bannu sin embargo no es del tamaño de un coche: tiene medio kilómetro de diámetro y el cálculo estadístico, en vista de su trayectoria, indica que hay una posibilidad entre 2.700 de que impacte contra nuestro planeta. De todas formas hay tiempo para pensar una solución: lo hará dentro de 150 años, sí es que finalmente impacta.

De hacerlo provocaría un cráter de más de cinco km de diámetro, una minucia comparado por el terrible poder energético que liberaría de la suma de su inercia y el choque (mucho más si es sobre tierra y no sobre el mar): unas 70.000 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima, según ha calculado la NASA, la agencia que ha decidido intentar saber más de Bennu, de cómo funciona el Sistema Solar y de sus orígenes, porque estos asteroides, igual que los cometas, son testigos mudos y supervivientes de aquel inicio de nuestro sistema orbital alrededor del Sol, de cómo se formaron los planetas. Bennu podría enseñarnos mucho de cómo empezó todo, así que entre el miedo preventivo y la curiosidad científica, la NASA lanzará el próximo 8 de septiembre la sonda OSIRIS-REx, que ha tenido un presupuesto de 870 millones de euros.

Esta sonda tiene la misión de aterrizar en el asteroide, arrancar fragmentos y regresar. Intentara pues imitar a la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA), que logró ponerse en órbita alrededor del cometa 67/P y lanzar una sonda de exploración para que aterrizara, la Philae, que sin embargo no logró posarse como debía y se quedó sin energía por no poder usar sus paneles solares, que no recibían energía. La NASA intento tranquilizar a todo el mundo: “La probabilidad acumulada de impacto es del 0,037%, y sería a finales del siglo XXII”. Para entonces ya sabremos mucho más de Bennu e incluso podría ser que tuviéramos la opción de desviarlo, o destruirlo.

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La sonda ya terminada en las instalaciones de Lockheed-Martin

No será tampoco una pionera en lo que respecta a asteroides: Japón ya consiguió posar en 2005 su sonda Hayabusa en el asteroide Itokawa, que volvió en 2010 con datos y fragmentos de este cuerpo rocoso. La NASA quiere una mezcla entre la misión europea y la japonesa y acumular un máximo de dos kilogramos de material para buscar moléculas orgánicas, la base para la vida cuando surgió de manera muy primitiva hace 4.000 millones de años. Estos cuerpos son casi como cápsulas del tiempo, inalteradada durante miles de millones de años. El plan es que llegue a Bennu en 2018, el cual mapeará con detalle antes de decidir en qué punto podría aterrizar.

Si la misión es un éxito, OSIRIS-REx regresaría a la Tierra en 2023. Servirá además de prueba técnica para un fin mucho más ambicioso: desarrollar los mecanismos y métodos para poder extraer minerales o material de asteroides, la puerta de inicio para la futura minería espacial que tanto gobiernos como grandes compañías tienen en mente. No hay que olvidar que los asteroides, lunas y planetas están repletos de depósitos minerales y metálicos de todo tipo que serían perfectos para alimentar la industria humana. Mientras que aquí cada vez excavamos más profundo, incluso bajo el mar, los asteroides en ingravidez serían más fáciles de reducir a material útil, y sin impacto medioambiental alguno.

El cálculo es que los asteroides de tipo S, rocosos, con el tamaño de una furgoneta, pueden albergar hasta 50 kg de oro, lo que es un negocio redondo. Si se pueden cubrir costes, claro. Y los de clase M son todavía más rentables porque albergan más metales. Sin embargo la minería espacial es hoy por hoy una quimera. Cada vez menos, pero sigue siéndolo. La experiencia que se pueda acumular a través de OSIRIS-REx podría solucionar parte de los problemas, siempre de cara al futuro. Se aprenderá mucho, incluso a operar futuras misiones parecidas: Bennu es una gran incógnita y está por ver que sea factible aterrizar en él, podría tener más material alrededor y ser un peligro para la sonda. O incluso podría fallar algo, como en el caso de la Philae de la misión Rosetta.

La misión Rosetta: el espejo en el que se mira OSIRIS-REx

El 67P/Churyumov-Gerasimenko no es un planeta, es un cuerpo celeste que se mueve a una velocidad endiablada (55.000 km por hora) a 500 millones de km de distancia de la Tierra. La misión Rosetta empezó hace diez años, 20 si se tiene en cuenta el primer momento en el que brotó la idea. Pero el aterrizaje fue múltiple y accidentado: rebotó dos veces antes de posarse una tercera y final, pero lo hizo en un plano inclinado (peligroso), y además los arpones que debían anclarla con firmeza al suelo no funcionaron. Philae se sostuvo pues por los taladros de sujeción de sus patas. Se temió incluso que el taladro científico que tenía que excavar en la superficie pudiera incluso desequilibrar la sonda y lanzarla al espacio dada la baja gravedad de un cometa que, en realidad, tiene el tamaño del centro de Los Ángeles y que es tremendamente irregular, con forma de pato de goma.

Atrás queda mucho trabajo. Una década de tiempo, 6.400 millones de km después y toda la Agencia Espacial Europea (ESA) conteniendo la respiración para que la inversión finalizara con éxito. La gran sonda Rosetta, que albergaba a la pequeña Philae, enviaba el 20 de enero la señal de que empezaba a descender con éxito. Desde entonces se trató de múltiples giros para llegar al 67P, un tipo de cuerpo celeste que podría ser, incluso, el origen de la vida en la Tierra. Porque los cometas de hoy son los mismos de hace 4.000 millones de años, sin cambios, es decir, justo en el momento en el que la Tierra empezó a ser un planeta.

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Representación de Philae bien posada sobre el cometa

La Rosetta rompió un techo más de la astronomía y la exploración espacial: ser capaz de orbitar un cometa para poder analizarlo a fondo. Una misión de una década en la que la Rosetta ya estudió los asteroides Steins (2008) y Lutetia (2010) antes de volver a apagarse y reiniciarse en enero de este año. La sonda Philae se creó para entender mucho mejor qué es un cometa, de qué se compone (aunque hay muchas clases y puede variar muchos) y cómo se comporta. Por ejemplo el 67P es un auténtico carámbano congelado, ya que viaja con una temperatura media de -70º. La Rosetta, con los espectrómetros que lleva abordo, ha podido determinar que sin embargo esta temperatura es demasiado alta para ser una bala de hielo. A más hielo más agua, y a más agua más intrigante el papel de los cometas en el origen de la vida.A Philae le dio tiempo a trabajar: perforó la superficie para tomar muestras, colocó un termómetro fijo y envió datos inéditos hasta ahora hacia las estaciones de la ESA durante lo que se denomina “Primera Secuencia”, es decir, la primera parte de su misión. Pero después de eso quedó aislada. Accidentes aparte, y pequeños fallos, finalmente se trata de un suceso único. A nadie se le escapa las posibilidades no sólo teóricas sino prácticas: Marte está más cerca ahora porque la tecnología usada puede aplicarse a muchas campos de la exploración espacial. Eso sin contar con el avance en el estudio teórico del origen del Sistema Solar y de la vida en la Tierra.