Los datos son cada vez más preocupantes, ya que ningún lugar del mundo ha aumentado tanto de temperatura en los últimos años como el Ártico. Lo que ocurra allí tendrá efectos directos sobre el clima de Europa y de todo el hemisferio norte. El negacionismo repuntará con el gobierno de Donald Trump, pero eso no va a eliminar la realidad: el hielo se derrite, se alteran los equilibrios oceánicos y con ellos el futuro climático.

IMÁGENES: NASA / Wikimedia Commons

Ya gobierna el que podría ser uno de los peores presidentes de EEUU de la Historia de este país, Donald Trump, empresario sin brillantez intelectual alguna que acusó a China de estar detrás del cambio climático, que considera una conspiración y una gran mentira. Según su visión, que no tiene ningún apoyo empírico o prueba más allá de determinados detalles circunstanciales que no reconfiguran la realidad, todo es un intento deliberado de los ecologistas y los grupos de interés que les apoyan para acabar con determinadas industrias vinculadas a los combustibles fósiles y sus derivados. Con él están los ultraconservadores sin más conocimiento científico que el derivado de los tópicos (todo lo demás es “mala ciencia”, es decir, la que contradice sus clichés ideológicos), las empresas de esos sectores (totalmente conscientes de que el cambio climático es verídico, pero que prefieren mantener el actual sistema en lugar de cambiar) y la masa de gente que por la enfermiza lógica ideológica apoyan a todos aquellos que comparten sus valores.

Lo malo de la naturaleza, por extensión y en todos los niveles, es que no entiende de ideologías, tópicos, miedos o intereses económicos. Las leyes de la física no van a dejar de funcionar porque un consejero delegado, un columnista de extrema derecha o un presidente sin brillo no estén de acuerdo con ellas. Y no pueden detenerlo. Su fracaso será también el de todos. El truco de la avestruz temerosa (la cabeza bajo el suelo, y así la realidad desaparece) ya no funciona, ni lo ha hecho nunca. Trump, que incluso ha amenazado a la NASA con quitarle fondos si sigue estudiando el clima, ha colocado en los puestos clave a nivel federal a negacionistas del cambio climático. Pero el problema es que el fenómeno es real, y que el periodo interglaciar en el que vivimos ha acelerado exponencialmente su fase de calentamiento más allá de lo que hubiera sido lógico en su deriva natural. Esto es: el ser humano calienta la atmósfera más y a mayor velocidad de lo que lo hubiera hecho de forma natural. Y los datos empíricos no mienten: 1 más 1 siguen siendo 2.

Uno de los flancos que más nos pueden afectar a los españoles, y por extensión a Europa y América del Norte, es el recalentamiento progresivo del Ártico, una masa de agua sobre el polo magnético terrestre que por razones astronómicas (posición, incidencia de la luz, inclinación del eje terrestre) recibe menos luz y por lo tanto baja su temperatura hasta niveles incompatibles con la vida compleja. El Ártico y sus extensiones inmediatas (Alaska, Groenlandia, Siberia, norte de Canadá) han funcionado durante cientos de miles de años como un gran termostato del clima en el hemisferio norte. Si el Ártico se calienta el equilibrio climático se altera, pero sobre todo tiene un impacto directo sobre la masa de hielo: si toda esa masa de agua helada, en ocasiones desde hace millones de años, se derrite, el nivel de los mares ascendería una media de unos 20 metros, podría alterarse también la salinidad del agua y el sistema de corrientes entre el Ecuador y el Atlántico Norte, de tal forma que, paradójicamente, muchos lugares que hoy son habitables (Islandia, Noruega, este de Canadá) dejarían de serlo por un súbito enfriamiento.

En los últimos meses han salido a la luz estudios vinculados a sucesos en el ÁRtico que son la alerta de lo que viene. Récord térmico: octubre de este año fue el segundo mes más cálido en 136 años de registros, con cuatro grados por encima de la media mundial en el Ártico. Y en esta fase del año hay regiones del Polo Norte que se encuentran con máximas casi 20 grados por encima de lo habitual. El Informe sobre la Resiliencia del Ártico (Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo) apuntaba a que en la costa norte de Siberia la temperatura apenas ha caído hasta los 5 bajo cero frente a la media de entre 25 y 30 bajo cero de las últimas décadas. Ese mismo año la superficie helada del Ártico tocaba fondo histórico: 6,4 millones de km2, el registro más bajo en mucho tiempo, por debajo incluso del mínimo de emergencia marcado en 2012. El problema es que las corrientes de aire templado que circulan en las capas medias de la atmósfera (a partir de los 10.000 metros de altura), y que eran la frontera entre las zonas templadas y el Ártico, han avanzado a latitudes más septentrionales, acelerando el mismo proceso de recalentamiento que las han empujado hacia ese norte achicado.

Comparativa NASA 1986-2016

Si este proceso continúa e incluso se acentúa en el norte, el cambio climático podría no tener reversibilidad ni siquiera a un siglo vista. Porque hay causa-efecto: si el Ártico aumenta la temperatura, también lo hará la tundra siberiana y canadiense, la mayor reserva de dióxido de carbono del planeta, atrapado en el permafrost del suelo. Pero si ese hielo se derrite, el gas causante del efecto invernadero por definición será liberado por toneladas en muy poco tiempo. Esto supondrá una espiral de recalentamiento donde cada vez hará más calor en zonas clave. Crecerá la vegetación adaptada a ese clima (preparada para absorber más calor aún) y también acelerará el proceso final. El equilibrio climático, vital para las estaciones y para que el ritmo de cosechas agrarias funcione, quedaría alterado, con estaciones cálidas y lluviosas más largas y ciclos tormentosos violentos más habituales.

El segundo punto es que por cada tonelada de dióxido de carbono emitido a la atmósfera desaparecen tres metros cuadrados de hielo marino ártico. El estudio, realizado por el Instituto Max Planck de Meteorología y el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo (EEUU), demuestra que hay una correlación directa entre el aumento de liberación del gas en la tundra y el aumento térmico en el Ártico. El informe, publicado en la revista Science este diciembre pasado, demuestra además que los datos empíricos son más graves que los modelos climáticos desarrollados (que tienden a ser más conservadores en las proyecciones), y que los objetivos de las cumbres del clima no son suficientes para conservar la masa de hielo marino que conforma el Polo Norte. Sólo hay que pensar que desde 1970 esta superficie helada se ha reducido en un 50% durante los meses de verano por encima de lo habitual en los registros anteriores.

Mapa de aumento de temperaturas

Mapa de aumento de temperaturas

Lo peor de todo es que es un proceso global, ya que incluye la aportación individual a este proceso: por cada tonelada de CO2 emitida por un ser humano (desde la respiración a su cuota de gases individuales como parte de la industria humana) se liberan tres metros cuadrado de hielo ártico durante el verano. Y gran parte de él no se recupera luego en los meses de invierno porque el proceso de recalentamiento es continuo. El estudio da incluso un pequeño ejemplo: basta que una persona ocupe un asiento de un viaje intercontinental para cumplir con su cuota.

Cómo se obtienen los datos del clima

El Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA es el centro que midió las temperaturas del Ártico este otoño, y el que alertó de que se había recalentado más que cualquier otro lugar del planeta. Este análisis se realiza a partir de 6.300 estaciones meteorológicas repartidas por todo el mundo, más los buques oceanográficos (que operan como estaciones flotantes) y el complejo sistema de boyas marinas que sirven de puntos de control para las investigaciones. Hay que añadir también las estaciones antárticas. Los registros meteorológicos empezaron en 1880, por lo que hay un histórico suficiente para poder hacer comparaciones, aunque a corto plazo (un siglo no es mucho en climatología). Y las mediciones anteriores no eran generales o precisas. Cada punto de medición crea un registro que es puesto en global con el resto cada mes, de forma que se pueden crear mapas concretos de situación. Luego éstos son utilizados para ajustar los modelos climáticos de cara al futuro.

Calcita

Una opción algo desesperada: inyectar calcita en la atmósfera

Ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas. La Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas (SEAS) de la Universidad de Harvard ha desarrollado una posible solución (en teoría): inyectar calcita (componente de la piedra caliza, en la imagen superior) en la atmósfera, que podría contribuir a un enfriamiento parcial. La idea es doble: crear un aerosol que podría reparar la capa de ozono y enfriar parcialmente la atmósfera terrestre. Es la llamada geoingenería solar, la capacidad humana para reconfigurar una atmósfera activa, pero sobre todo el potencial control sobre los aerosoles reactivos que perjudican a la capa de ozono. Esta disciplina trata de modificar las reacciones posteriores de los aerosoles cuando llegan a las capas altas de la atmósfera. Para evitar que los aerosoles dañen el ozono las partículas necesitarían neutralizar el ácido sulfúrico, nítrico y clorhídrico en su superficie.

La mejor combinación es la derivada de los alcalinos y metales alcalino térreos como el calcio y el carbonato de sodio. Para que el lector pueda entenderlo: quieren crear un antiácido para la atmósfera igual que se haría para una digestión pesada. La calcita no sólo realiza esta operación, sino que además refleja la luz solar, por lo que enfriaría la atmósfera en cantidades suficientes. Y además es uno de los materiales más comunes de la superficie terrestre: allí donde haya suelo calizo la encontraremos. Pero no es la panacea, es una solución parcial que podría tener otras consecuencias negativas, por lo que aún está en fase de experimentación de laboratorio y en cantidades ínfimas.