Aunque era una sospecha más que fundada, la NASA ha confirmado gracias al experimento con el avión-observatorio SOFIA que hay depósitos de agua en la Luna, y posiblemente en más de un estado, aunque inicialmente en reservas de hielo.
Aunque era una sospecha más que fundada, la NASA ha confirmado gracias al experimento con el avión-observatorio SOFIA que hay depósitos de agua en la Luna, y posiblemente en más de un estado, aunque inicialmente en reservas de hielo.
Este fin de semana, si todo sale bien, regresará a la Tierra la nave Crew Dragon de SpaceX y la NASA después de desacoplarse, cerrando así el primer vuelo tripulado de la máquina que abre una nueva era en la exploración espacial, para EEUU y para el resto, ya que sirve de camino a seguir: vehículos y cohetes reutilizables, la futura estación orbital lunar, la Luna misma y en el horizonte, Marte.
Más allá de que fueran norteamericanos, blancos y hombres, la Humanidad elevó mucho el listón el 20 de julio de 1969 cuando Neil Armstrong puso un pie sobre la superficie de la Luna en nombre de toda la especie. Lo hizo por todos, aunque sólo representara a una fracción de la totalidad humana. Medio siglo después, recordamos un hito no superado.
Con el nuevo ímpetu administrativo de EEUU, los socios europeos, japoneses, rusos y canadienses, y decenas de empresas adheridas en busca de I+D y patentes comerciales, la NASA prepara la primera estación orbital en la Luna como la piedra angular de un proyecto muy ambicioso que incluye la colonización lunar y el viaje tripulado a Marte.
La sonda china Chang’e-4 ya ha enviado a la Tierra las primeras fotos panorámicas en la superficie de la cara oculta de la Luna después de alunizar en una zona poco explorada hasta ahora.
La NASA no se detiene: la competencia con China es un estímulo, y el nuevo apoyo de la Administración de Donald Trump al regreso a la Luna, van a permitir a la agencia más legendaria de todas (con más éxitos, también con fracasos trágicos) explorar las posibilidades de establecer bases permanentes en el satélite. ¿Cómo? Con apoyo del sector privado.
Nuestro vecino es una diana astronómica gigante: ocho impactos de meteoritos cada hora, algunos de apenas un puñado de centímetros, otros mucho más grandes. El proyecto NELIOTA de la Agencia Espacial Europea (ESA) monitorea la Luna para poder controlar qué pasa en ella a partir de una serie de telescopios terrestres, entre ellos algunos de 1,2 metros para poder determinar los impactos a partir del destello del calor que provocan.
China ha dado un salto de gigante con Chang’e 4, la primera sonda automática que aterrizará en la cara oculta de la Luna para investigarla, algo que hasta ahora sólo se había logrado sobrevolándola en órbita. China hace Historia y adelanta a la NASA, que también está inmersa en su regreso al patio trasero de la Tierra.
En 2014 ya publicamos en esta web un reportaje con una sencilla pregunta: “¿Merece la pena volver a la Luna?” La administración política más alérgica a la Ciencia de toda la Historia de EEUU, la de Donald Trump, ha decidido apostar por el satélite contestando a esa misma pregunta. Quiere volver antes de 2025, por razones concretas: para poder usarla como plataforma para viajar a Marte más adelante, o directamente para explotar sus recursos minerales. Pero la pregunta sigue en pie: ¿merece la pena?
Recuperamos uno de nuestros clásicos, el 3×1 de áreas concretas, en este caso de astronomía, en la que la NASA ya conoce los últimos momentos de la sonda Cassini, que la Luna tuvo atmósfera y que la primera estación del viaje a Marte no es el planeta en sí, sino una de sus lunas, Phobos.